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El origen de los perros de aspecto macizo y fuerte lo podemos establecer en el lejano Tibet. Desde su zona de origen el poderoso aliado humano se desplazaba durante las migraciones junto con éste hacia otras partes del mundo. La emigración del moloso siguió dos rutas principales, una hacia el oeste a través de Oriente Medio y el Mediterráneo, y la otra noroeste a través de China y Rusia.

Uno de los grupos nómadas llegó al este de Europa cinco o seis siglos antes de J.C. para establecerse en la actual Albania. Otros grupos se dirigieron a centro Europa. Mas o menos así tuvo que ser la llegada a Europa del moloso oriental braquicéfalo y sin duda llegó antes de la era cristiana. Los romanos ya describen perros de pelea «de grandes bocas» hallados en Gran Bretaña cuando éstos llegaron allí en los primeros siglos de nuestra era incorporándolo a sus ejércitos.

Otros autores suponen el origen del moloso romano en el Epiro (Grecia), o bien en un cruce con el que encontraron en Britania. Fuera como fuera, una vez en Roma, el perro moloso se hizo popular no sólo en el ejército, sino también en la arena contra osos, leones e incluso hombres como entretenimiento. Su coraje y ferocidad en el combate hasta la muerte era legendario.

En la Edad Media, con los nuevos armamentos, el moloso ya no era necesario. Pero los grandes perros tenían nuevas funciones. El moloso fue adaptado como guardián de propiedades y conductor de ganado. Los términos «bandog» y «acathena» se refieren al hecho de que el moloso permanecía atado durante el día y se soltaba por la noche para actuar contra cazadores furtivos o intrusos.

Johannes Caius, escritor de Qf Eizglishe Dogges in 1576, describe el moloso inglés como «inmenso, testarudo, feo… de cuerpo pesado… terrible y amenazador de contemplar». Aparte de describir su uso como guardián, habla de su entrenamiento para luchar con osos, monos y otras bestias o incluso «hombres con palos y bordones».

En España y otros lugares, los perros fueron usados para ayudar a controlar los toros para bajarlos al mercado. El alano resultó adecuado como perro de carnicero. Si un toro se desviaba, el perro lo enganchaba de la oreja y lo mantenía inmóvil hasta que los hombres lo controlaban otra vez. Así nació otro deporte, sanguinario para los espectadores medievales el «morder toros» organizado.

En el siglo xv, se había desarrollado una raza especial para este fin. Quizás a base de cruces con alanos, molosos y otros perros braquicéfalos desconocidos, se creó el primer Bulldog (a menudo llamado biílleizbeissei-, palabra, alemana para designar al «mordedor de toros»). Los genes de las manchas blancas probablemente se introdujeron con estos cruces. El Bulldog era bajo de patas, con prognatismo de la mandíbula inferior, facilitándole el morder y colgarse sin que le molestara la mandíbula superior. Enganchaba el toro de la sensible nariz en vez de la oreja. Si el perro fallaba al enganchar la nariz, recibía una cornada, y si el toro levantaba la cabeza, el perro era lanzado por los aires. Para ganar, mejor dicho, para sobrevivir, el perro debía enganchar al toro con rapidez, mantenerlo con firmeza y bajarle la cabeza para que pudiera ser cogido. La popularidad de este deporte en Inglaterra era tal que hasta la propia reina Isabel I decreta que los jueves por la noche no se pueden hacer otros juegos o entreteni mientos, para que todo el mundo, incluyendo su majestad, pudiera ir al «bull-baiting».

El instinto de morder la nariz y no soltar bajo ningún concepto, era altamente apreciado. La mutilación de un pie del perro mientras estaba enganchado a la nariz del toro, para probar su tenacidad pese al dolor, aumentaba enormemente el valor de sus cachorros. Ash describe en 1939 un famoso Bulldog de su época. El perro era «descendiente de Bratten’s Peter, que enganchó al toro sobre sus muñones sangrantes, después de que su dueño le hubiera cortado los pies uno por uno, por una apuesta.

Los defensores del bull-baiting argumentaban que el deporte sanguinario hacía la carne del buey más tierna. Ya sea por chuletas jugosas o peleas jugosas, la locura continuó durante 700 años hasta la llegada de las leyes humanitarias británicas que por fin lo prohibieron en 1835.

Desgraciadamente para los perros, al desaparecer el bull-baiting, se inventaron otros deportes sanguinarios. Las leyes «humanitarias» protegían al toro, pero el perro que había sido compañero del hombre desde los inicios, siguió en la arena. Las peleas de perros tuvieron su auge en los siglos XVIII y XIX en Inglaterra, con anuncios en los periódicos y grandes apuestas. Nuevamente se crearon razas especiales para tal fin, y se cruzó el moloso antecesor del Bulldog con perros del tipo terrier (llamados bull y terrier) para aumentar la rapidez y agilidad.

No todo moloso era criado para esos fines. Seleccionando temperamentos más plácidos, muchos países europeos desarrollaron perros de trabajo, de salvamento, y de compañía. Durante el Renacimiento era común el Gran Perro del Carnicero. Este moloso más calmado ayudaba a guiar el ganado al mercado, a vigilarlo, e incluso a los dueños, y a menudo llevaba el dinero de la venta alrededor de su cuello camino a casa. Pocos atracadores se atrevían con semejante bestia. También empleado para carga y enganche, se buscaba un perro de carácter más dócil. Este perro tenía menos piel colgante, pero el mismo cuerpo cuadrado, voluminoso y musculado.

Al seleccionar y criar con variedades pequeñas, los criadores incluso lograron gigantes en «miniatura». Pese a la variedad, cada raza individual se remonta en parte o totalmente al antecesor gigante común del Tibet. Estos perros ya fueron clasificados por expertos en 1630 como «Bulldog», aunque antes se llamaban «bandogge» o «dogo de carnicero».

El Bulldog como raza se legitimó en 1860 al entrar en la pista de las exposiciones caninas. Su personalidad sanguinaria de antaño se ha suavizado hasta su carácter equilibrado actual, conservando su aspecto temible. A ello debe la descripción de «bello en su fealdad».

El Bulldog es una mascota popular que se ha convertido en símbolo de tenacidad en el mundo entero.